20 de agosto de 2012
Primera noche en Sibassor, desde la oscuridad llega el
sonido de las ranas y el de la cabra, que va a pasar la noche en el pasillo sin
parar de balar. Al menos ha parado de llover, lo ha hecho durante horas y el
sonido sobre el techo metálico resonaba en mi cabeza. Han sido muchas horas de
viaje y pocas de descanso. Tanta lluvia me resulta descorazonadora, pienso que
tal vez no sea buena época para venir, aunque no podemos evitar unas cuantas
carcajadas con el concierto que nos depara la madrugada. Surrealista.
La cabra nos da una tregua y conseguimos dormir…
Amanece temprano, me despierta la llamada a la oración de
la mezquita, pronto comienza el trasiego y temo que maten a la cabra en
cualquier momento… pero no, no ha salido la luna y no hay fiesta todavía…
Aunque hay una buena noticia, la lluvia ha parado, el cielo
está despejado y brilla el sol… ¡hace mucho calor!
Me siento a escribir y cuentan historias a mi alrededor:
la de la abuela de Aziz, que se escapó cuando era una jovencita para hacerse
una especie de tatuaje, muy doloroso, en la cara; cuando su madre la encontró
no salió huyendo, se quedó allí, como una mujer valiente. Estas mujeres, sin
duda, lo son.
Aquí el ritmo es lento y agitado a la vez. El movimiento
no cesa, aunque sólo sea para cambiarte de silla y seguir sentados,
conversando.
Finalmente nos ponemos en camino y, aún no sé cómo,
termino en el hospital de Kaolack. Esta visita me permite conocer a Madieyna,
un jovencito de 18 años, primo de Aziz, que va a llegar muy lejos. En octubre
comenzará sus estudios de alemán en la universidad y posee una inteligencia y
una madurez extraordinarias.
Y allí, en el pasillo del hospital, con un frigorífico
abandonado frente a nosotros y un gato jugueteando sobre él, me explican la
tradición que siguen para poner nombre a un recién nacido. FASCINANTE. Eliges para
tu hijo o hija el nombre de una persona a la que aprecies verdaderamente y, al
portar el nombre, llevas un poco de esa persona sobre ti. Puedes elegir a
alguien de la familia, a un amigo muy próximo, a un líder religioso… y es un
verdadero honor que alguien elija tu nombre para su descendencia. Así se da el
caso de niños a los que castigan menos que a sus hermanos porque responden al
nombre del abuelo de la familia (como es el caso del primogénito de Cheikh,
Papa Laye) o de un referente del Islam (como sucede con Khadim).
A mí ya me han dado un nombre: SANOU MBAYE DIOUF, la
madre de la pequeña Ali Faye. Mi pequeña Ali Faye.
El Islam, mucho más ligero aquí que en los países árabes.
Más liviano, más amable. No me siento juzgada ni atada. Cada uno aquí puede ser
como quiera ser.
Y abandonamos en moto el hospital con el diagnóstico de Madieyna,
que sufre malaria por segunda o tercera vez en su vida, no lo recuerdan bien.