21 de agosto 2012
Por fin la noche anterior salió la luna y el lunes 21 de
agosto se celebró la Korité, el final
del Ramadán; aunque, cansados de esperar a la luna, muchos rompieron el ayuno
el día anterior, así que tendrán que recuperar un día de ayuno más adelante:
cuentas pendientes con dios.
Amanece como un día normal, con el trasiego habitual de
la casa, pero todo se agita con la llamada a la oración de la mezquita y muchos
de los habitantes de este concurrido hogar salen a rezar vestidos de blanco. Khadim
y Aziz no llegan a tiempo.
A la vuelta del rezo, Aziz, Cheikh y el pequeño Moussa
van a hacer el “Salam Alek” entre los
vecinos: saludarse, felicitarse… Pasan por la casa del homónimo de Moussa, un
gran amigo de Cheikh con el que intentan que el niño conviva bastante porque de él proviene su nombre.
El resto quedamos aquí, con esta mezcla entre ociosos y
atareados que les caracteriza. Mi tarea es la de pelar patatas con las mujeres,
sirvo para poco más y, aún así, me salen ampollas en la mano por el escaso filo
del cuchillo. Bromean conmigo, me hablan en wolof,
siento que, en ocasiones, me examinan de la prueba de la “buena esposa senegalesa”;
prueba que suspendo, obviamente: no sé cocinar, no como carne… Aún sí sé que me
tratan con mucho cariño y que, aunque suspenda el parcial, apruebo el examen
global.
Se comienza a sentir la fiesta cuando empiezan a llegar
vecinos y familiares (la diferencia a veces es muy pequeña) vestidos con sus
mejores trajes tradicionales y nos saludan diciendo “Balma akh”: es el momento de pedir perdón y concederlo, de limpiar
los restos sucios del pasado y poner el contador a cero. Deseo que Aziz llegue
para decirle “Balma akh” y empezar de
cero, una vez más.
Es un día muy caluroso, a ratos siento que tengo la
tensión por los suelos, compramos refrescos para después de comer (son caros,
se reservan para los días especiales) y yo necesito ¡¡cafeína!!
La comida de la fiesta se prepara con el cordero que
compramos durante el viaje. Parte de su hospitalidad es esta obsesión que tienen
con que coma a todas horas, con que coma más, con que coma carne, con que
continúe comiendo… El momento de la comida lo aprendí en Murcia, en “casa de
los negros”: un gran plato al centro del que todos comemos, la mayoría de los
días con las manos, ayudados por el pan. Yo como en casa de Cheikh, las mujeres
y los niños lo hacen fuera. Siempre al terminar Mamá Ali pasa a preguntarme si
he comido bien y me desea una buena digestión.
Hoy en la siesta hay un movimiento novedoso: cogemos las
sillas (estas sillas viajeras que movemos de aquí para allá) y las sacamos a la
parte exterior de la casa, frente a un charco enorme (yo bromeo diciéndoles que
estamos a la orilla del mar). Durante gran parte de la tarde no paran de
acercarse vecinos y familiares para saludar y felicitar la fiesta. ¿Cuántos
pasan?, ¿cincuenta, cien? Los niños se acercan para pedir dinero y olvidamos
sacar las bolsas de caramelos que preparamos para momentos como éste. Una especie
de halloween a la africana, pienso
yo.
Pasan primos y primas, tías, tíos, bebés, abuelas… Al
final de la tarde se cruzan por azar en esta casa bulliciosa tres
personalidades del pueblo: el griot de Sibassor (que era percusionista en el grupo donde cantaba Mamá Ali), el chef du quartier (una especie de alcalde
pedáneo, imagino) y el imán de la mezquita. Éste último habla sin parar y,
cuando me traducen, me explican que decía que era muy significativo que se
hubieran cruzado los tres ahí, que era la única casa del pueblo donde había
ocurrido y que era una señal, un signo de las cosas positivas que iban a
llegar. Él mismo comenta que, sin duda, esto se ha producido por la amabilidad
de Mamá Ali que, en poco tiempo, se ha hecho estimar por todos en Sibassor (no
hace ni un año que se instalaron aquí).
La gran Mamá Ali.
La gran Mamá África.
Con sus vestidos y sus pañuelos blancos cada mañana.
Al verla reír a carcajadas con el que fue su
percusionista, el más anciano griot
de Sibassor, me emocioné al pensar que reiremos con nuestros amigos hasta los
70 años, con la misma risa, la misma complicidad y muchos más años. Me emociono
de nuevo al escribirlo y viajan hasta mí Mariajo, Carlos, la Sofi…
Sed conscientes con
la misma intensidad con la que yo lo soy ahora: REIREMOS JUNTOS HASTA SER
ANCIANOS Y SERÁN LAS MISMAS BROMAS, LOS MISMOS RECUERDOS, LOS QUE NOS HARÁN
REÍR. Y LO HAREMOS A CARCAJADAS Y NO QUERREMOS QUE ACABEN NUNCA, ¡NUNCA! NOS
AFERRAREMOS A ELLAS PARA QUE LA MUERTE NO LLEGUE NUNCA, ¡NUNCA! Se me caen las
lágrimas mientras ellos ríen…
Llega nuestro turno de ponernos guapos. Zeina, la mujer
de Cheikh, me presta un vestido tradicional blanco con bordados dorados. Aziz viste
todo el día su traje tradicional violeta. Salimos con Cheik y Zeina y, por
primera vez desde que nos conocemos, siento que formamos un matrimonio: Mme
Diouf, como tantas veces me han llamado aquí.
Visitamos a vecinos y familiares, al imán, y repetimos el
ritual que han llevado a cabo en nuestra casa durante toda la tarde: nos
sentamos, saludamos, hablamos un poco y nos vamos. Parece simple pero repetido
hasta la saciedad es agotador. Aziz se desespera. Este rol de cabeza de familia
le satura a ratos.
Visitamos al tío Momar, lleva gafas de sol todo el día
debido a un problema de visión, tiene cuatro mujeres, más de veinte hijos e
hijas y un humor incombustible. Es él el que me dio el nombre de Sanou Mbaye,
una de sus mujeres, y me examina para comprobar si recuerdo mi nombre senegalés
cada vez que nos cruzamos.
En la visita de esta noche se produce el milagro: conozco
a mi homónima, Sanou Mbaye, una bella y joven mujer. Tal vez sea la cuarta
entre sus mujeres, pienso. Todos ríen a carcajadas cuando me la presentan.
Sanou Mbaye, Sanou Mbaye. Encantada, encantada.
¿Por qué, entre todos los nombres posibles, me habrá dado
el de esta mujer?
Para acabar esta jornada de Korité agotadora sacamos el
colchón al pasillo para ver la tele. Estoy tan cansada que me duermo mecida por
sus conversaciones en wolof. Cuando despierto
sólo quedamos Aziz y yo. Mientras se ducha veo pasar un ratón delante de la
tele. Es una suerte que haya conseguido no gritar en mitad de la noche…
De madrugada, ya en la habitación, me despierto
sobresaltada porque noto el ratón junto a mí. Puede que sea un sueño, no es la
primera vez que me ocurre, pero Aziz se queda vigilando en esta madrugada
extraña, de calor sofocante, llamadas a la ventana (Khadim nos despierta porque
ha olvidado su llave del candado y tiene que guardar la moto de Cheikh) y
ensoñaciones con ratones…
Tan extraña que, bajo el cielo estrellado de esta
madrugada senegalesa surge, inesperado y silencioso, el amor.