domingo, 13 de enero de 2013

AMOR (día 3)



21 de agosto 2012


Por fin la noche anterior salió la luna y el lunes 21 de agosto se celebró la Korité, el final del Ramadán; aunque, cansados de esperar a la luna, muchos rompieron el ayuno el día anterior, así que tendrán que recuperar un día de ayuno más adelante: cuentas pendientes con dios.

Amanece como un día normal, con el trasiego habitual de la casa, pero todo se agita con la llamada a la oración de la mezquita y muchos de los habitantes de este concurrido hogar salen a rezar vestidos de blanco. Khadim y Aziz no llegan a tiempo.

A la vuelta del rezo, Aziz, Cheikh y el pequeño Moussa van a hacer el “Salam Alek” entre los vecinos: saludarse, felicitarse… Pasan por la casa del homónimo de Moussa, un gran amigo de Cheikh con el que intentan que el niño conviva bastante porque de él proviene su nombre.

El resto quedamos aquí, con esta mezcla entre ociosos y atareados que les caracteriza. Mi tarea es la de pelar patatas con las mujeres, sirvo para poco más y, aún así, me salen ampollas en la mano por el escaso filo del cuchillo. Bromean conmigo, me hablan en wolof, siento que, en ocasiones, me examinan de la prueba de la “buena esposa senegalesa”; prueba que suspendo, obviamente: no sé cocinar, no como carne… Aún sí sé que me tratan con mucho cariño y que, aunque suspenda el parcial, apruebo el examen global.

Se comienza a sentir la fiesta cuando empiezan a llegar vecinos y familiares (la diferencia a veces es muy pequeña) vestidos con sus mejores trajes tradicionales y nos saludan diciendo “Balma akh”: es el momento de pedir perdón y concederlo, de limpiar los restos sucios del pasado y poner el contador a cero. Deseo que Aziz llegue para decirle “Balma akh” y empezar de cero, una vez más.

Es un día muy caluroso, a ratos siento que tengo la tensión por los suelos, compramos refrescos para después de comer (son caros, se reservan para los días especiales) y yo necesito ¡¡cafeína!!

La comida de la fiesta se prepara con el cordero que compramos durante el viaje. Parte de su hospitalidad es esta obsesión que tienen con que coma a todas horas, con que coma más, con que coma carne, con que continúe comiendo… El momento de la comida lo aprendí en Murcia, en “casa de los negros”: un gran plato al centro del que todos comemos, la mayoría de los días con las manos, ayudados por el pan. Yo como en casa de Cheikh, las mujeres y los niños lo hacen fuera. Siempre al terminar Mamá Ali pasa a preguntarme si he comido bien y me desea una buena digestión.

Hoy en la siesta hay un movimiento novedoso: cogemos las sillas (estas sillas viajeras que movemos de aquí para allá) y las sacamos a la parte exterior de la casa, frente a un charco enorme (yo bromeo diciéndoles que estamos a la orilla del mar). Durante gran parte de la tarde no paran de acercarse vecinos y familiares para saludar y felicitar la fiesta. ¿Cuántos pasan?, ¿cincuenta, cien? Los niños se acercan para pedir dinero y olvidamos sacar las bolsas de caramelos que preparamos para momentos como éste. Una especie de halloween a la africana, pienso yo.

Pasan primos y primas, tías, tíos, bebés, abuelas… Al final de la tarde se cruzan por azar en esta casa bulliciosa tres personalidades del pueblo: el griot de Sibassor (que era percusionista en el grupo donde cantaba Mamá Ali), el chef du quartier (una especie de alcalde pedáneo, imagino) y el imán de la mezquita. Éste último habla sin parar y, cuando me traducen, me explican que decía que era muy significativo que se hubieran cruzado los tres ahí, que era la única casa del pueblo donde había ocurrido y que era una señal, un signo de las cosas positivas que iban a llegar. Él mismo comenta que, sin duda, esto se ha producido por la amabilidad de Mamá Ali que, en poco tiempo, se ha hecho estimar por todos en Sibassor (no hace ni un año que se instalaron aquí).

La gran Mamá Ali.

La gran Mamá África.

Con sus vestidos y sus pañuelos blancos cada mañana.

Al verla reír a carcajadas con el que fue su percusionista, el más anciano griot de Sibassor, me emocioné al pensar que reiremos con nuestros amigos hasta los 70 años, con la misma risa, la misma complicidad y muchos más años. Me emociono de nuevo al escribirlo y viajan hasta mí Mariajo, Carlos, la Sofi… 

Sed conscientes con la misma intensidad con la que yo lo soy ahora: REIREMOS JUNTOS HASTA SER ANCIANOS Y SERÁN LAS MISMAS BROMAS, LOS MISMOS RECUERDOS, LOS QUE NOS HARÁN REÍR. Y LO HAREMOS A CARCAJADAS Y NO QUERREMOS QUE ACABEN NUNCA, ¡NUNCA! NOS AFERRAREMOS A ELLAS PARA QUE LA MUERTE NO LLEGUE NUNCA, ¡NUNCA! Se me caen las lágrimas mientras ellos ríen…

Llega nuestro turno de ponernos guapos. Zeina, la mujer de Cheikh, me presta un vestido tradicional blanco con bordados dorados. Aziz viste todo el día su traje tradicional violeta. Salimos con Cheik y Zeina y, por primera vez desde que nos conocemos, siento que formamos un matrimonio: Mme Diouf, como tantas veces me han llamado aquí.

Visitamos a vecinos y familiares, al imán, y repetimos el ritual que han llevado a cabo en nuestra casa durante toda la tarde: nos sentamos, saludamos, hablamos un poco y nos vamos. Parece simple pero repetido hasta la saciedad es agotador. Aziz se desespera. Este rol de cabeza de familia le satura a ratos.

Visitamos al tío Momar, lleva gafas de sol todo el día debido a un problema de visión, tiene cuatro mujeres, más de veinte hijos e hijas y un humor incombustible. Es él el que me dio el nombre de Sanou Mbaye, una de sus mujeres, y me examina para comprobar si recuerdo mi nombre senegalés cada vez que nos cruzamos.

En la visita de esta noche se produce el milagro: conozco a mi homónima, Sanou Mbaye, una bella y joven mujer. Tal vez sea la cuarta entre sus mujeres, pienso. Todos ríen a carcajadas cuando me la presentan. Sanou Mbaye, Sanou Mbaye. Encantada, encantada.

¿Por qué, entre todos los nombres posibles, me habrá dado el de esta mujer?

Para acabar esta jornada de Korité agotadora sacamos el colchón al pasillo para ver la tele. Estoy tan cansada que me duermo mecida por sus conversaciones en wolof. Cuando despierto sólo quedamos Aziz y yo. Mientras se ducha veo pasar un ratón delante de la tele. Es una suerte que haya conseguido no gritar en mitad de la noche…

De madrugada, ya en la habitación, me despierto sobresaltada porque noto el ratón junto a mí. Puede que sea un sueño, no es la primera vez que me ocurre, pero Aziz se queda vigilando en esta madrugada extraña, de calor sofocante, llamadas a la ventana (Khadim nos despierta porque ha olvidado su llave del candado y tiene que guardar la moto de Cheikh) y ensoñaciones con ratones…

Tan extraña que, bajo el cielo estrellado de esta madrugada senegalesa surge, inesperado y silencioso, el amor.


lunes, 7 de enero de 2013

MEMORIA (día 6)



24 de agosto 2012


Escribo ahora desde Mbour, más concretamente desde un apartamento en Saly, la zona más turística de Senegal: un turismo de playa, hoteles y pseudoprostitución.

Estamos en temporada baja pero las discotecas encuentras a bellas jóvenes senegalesas con blancos de mediana edad, mayoritariamente franceses. Según Cheikh, el 99’9% de las mujeres que vemos en esas discotecas, restaurantes… son prostitutas.

Hemos acabado aquí porque yo quería un fin de semana romántico y “faire la toubab” (hacer la blanca): un poco de descanso y playa pero, francamente, aún no lo hemos conseguido.¡La teranga u hospitalidad senegalesa no nos da tregua!

Para venir aquí Aziz contactó con Cheikh, un amigo de la infancia al que las cosas le han ido bien. Es contable en varios hoteles y discotecas de la zona y vive en un apartamento modesto en Mbour con su mujer y, pronto, con su primer hijo. Vive desconectado de Kaolack, del que reniega un poco, y es un joven crítico, formado e inteligente. Nos ha buscado alojamiento y nos hace de guía por la zona, un guía agotador, por cierto, al que le gusta mucho caminar y cuyo móvil no para de sonar, de la mañana a la noche.

Los últimos días en Sibassor me fue imposible escribir, ¿por qué?, no tengo respuesta, imagino que no debería hacerlo.

Intentaré un ejercicio de memoria ahora, desde este apartamento descuidado, con olor a mar, por el que habrán pasado cientos de turistas europeos y que tan poco se parece a la casa de Sibassor.