Érase una vez un país donde todos los habitantes tenían
los dientes de chocolate: de chocolate con leche, chocolate puro, chocolate con
almendras… todas las variedades excepto el chocolate blanco, un invento
posterior que, afortunadamente, no había llegado a estas tierras.
No había nadie en este país que no luciera como dentadura
onzas del más delicioso chocolate, por eso era tan sencillo distinguir a los
extranjeros que viajaban hasta el país para cerciorarse de tan extraño fenómeno
y que, una vez allí, escondían avergonzados sus dientes de color marfil y no
sentían ganas de partir.
En este país eran todos eran muy sonrientes y, al
hacerlo, parecía que una tableta del más delicioso cacao les ocupara la boca;
tal vez por eso eran gentes tan dulces aunque con frecuentes dolores de muelas.
Ocupaban su tiempo bailando, tocando y cantando; pasaban
la lengua sobre sus dientes cuando se sentían tristes y el dulzor del chocolate
les hacía olvidar las penas y volver a bailar.
Una vez, hace algunos años, una nube blanca llegó sobre
esta tierra y muchos de sus jóvenes se vieron obligados a abandonar el país de
los dientes de chocolate. Algunos se fueron sin despedirse, otros se abrazaron
a sus madres y hermanos, muchos usaron barcos de colores… ninguno sabía cuándo
iba a regresar.
Vagaban por el mundo solos, buscando y sembrando la
felicidad y, cuando la encontraban, la envolvían cuidadosamente y enviaban un
trocito a su familia a través de western
union.
Lejos de su tierra se reconocían entre ellos al sonreír y
dejar entrever sus dentaduras y, rápidamente, se trataban como hermanos, se
invitaban a comer arroz y hablaban y bailaban hasta la madrugada.
Una de esas madrugadas, mientras sonaba de fondo un djembé, uno de ellos me desveló al oído
el secreto del país de los dientes de chocolate:
lo más relevante no eran sus dentaduras; lo que todos y
cada uno poseían en esta tierra, aunque fuera imperceptible a la vista, era un
inmenso y crujiente corazón de chocolate: de chocolate con leche, chocolate
puro, chocolate con almendras…
Y yo ahí lo entendí todo…
(A ti, por tener
dientes y corazón de chocolate.)