viernes, 2 de diciembre de 2011

Lo desconocido...

El 29 de noviembre de 2011, el mismo día que cumplía 31 años, grabé este “clipmetraje” de un minuto para el concurso “Tu punto de vista puede cambiar el mundo” convocado por Manos Unidas: http://www.clipmetrajesmanosunidas.org/videos/cartografia/

El Concurso de Clipmetrajes “Tu punto de vista puede cambiar el mundo” es una actividad de Educación para el Desarrollo de Manos Unidas que consiste en realizar clipmetrajes (vídeos de un minuto) sobre desarrollo, pobreza y las desiguales relaciones Norte-Sur.

Dentro del concurso hay varias temáticas; yo participo en “África, ese continente desconocido” y el clip que presento es:

una declaración de intenciones,
una declaración de principios,
una declaración de amor…

Su título, Cartografía, que según la RAE es “el arte de hace mapas”, se debe a que en eso minuto dibujo mi mapa interior: así me siento yo después de 31 años sobre la tierra; atravesada por un río que me conecta con una tierra que no he pisado jamás.

África, como muestro en el “clip”, no es desconocida para mi… pero os confieso que la vida continúa siendo una inagotable caja de sorpresas.

Es IMPRESCINDIBLE decir que:

el título y el “cierre” son obra de Theor (Tranxmuten Art),

la grabación y algunos trazos de tiza son obra de Tasio (Anastasio Alemán, imprescindible en mi vida y en la escena musical murciana),

el montaje es obra de Fran Fernández (el director y guionista de “The Fuckers” y “Meta”).

y los sentimientos son obra mía... o de Aziz, depende de cómo se mire.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Palabras

Pides palabras,

y ell@s traen luz,

ejercicios de felicidad,

paseos en bici,

miradas a su interior... y al tuyo,

poemas,

recuerdos,

cuadernos en blanco,

trozos del pasado,

olor a hierbabuena,

ovillos de lana,

encuentros inesperados,

mezclas impensables,

caos,

tiempo detenido,

latidos,

ausencias y presencias,

interrogaciones y respuestas,

trocitos de arte en papel de periódico,

sabor a chocolate,

olor a canela,

tacto de teatro,

textura de abrazo,

sensación de familia…

Siempre dan más de lo que les pides… año tras año.

domingo, 13 de noviembre de 2011

De chocolate...


Érase una vez un país donde todos los habitantes tenían los dientes de chocolate: de chocolate con leche, chocolate puro, chocolate con almendras… todas las variedades excepto el chocolate blanco, un invento posterior que, afortunadamente, no había llegado a estas tierras.

No había nadie en este país que no luciera como dentadura onzas del más delicioso chocolate, por eso era tan sencillo distinguir a los extranjeros que viajaban hasta el país para cerciorarse de tan extraño fenómeno y que, una vez allí, escondían avergonzados sus dientes de color marfil y no sentían ganas de partir.

En este país eran todos eran muy sonrientes y, al hacerlo, parecía que una tableta del más delicioso cacao les ocupara la boca; tal vez por eso eran gentes tan dulces aunque con frecuentes dolores de muelas.

Ocupaban su tiempo bailando, tocando y cantando; pasaban la lengua sobre sus dientes cuando se sentían tristes y el dulzor del chocolate les hacía olvidar las penas y volver a bailar.

Una vez, hace algunos años, una nube blanca llegó sobre esta tierra y muchos de sus jóvenes se vieron obligados a abandonar el país de los dientes de chocolate. Algunos se fueron sin despedirse, otros se abrazaron a sus madres y hermanos, muchos usaron barcos de colores… ninguno sabía cuándo iba a regresar.

Vagaban por el mundo solos, buscando y sembrando la felicidad y, cuando la encontraban, la envolvían cuidadosamente y enviaban un trocito a su familia a través de western union

Lejos de su tierra se reconocían entre ellos al sonreír y dejar entrever sus dentaduras y, rápidamente, se trataban como hermanos, se invitaban a comer arroz y hablaban y bailaban hasta la madrugada.

Una de esas madrugadas, mientras sonaba de fondo un djembé, uno de ellos me desveló al oído el secreto del país de los dientes de chocolate: 

lo más relevante no eran sus dentaduras; lo que todos y cada uno poseían en esta tierra, aunque fuera imperceptible a la vista, era un inmenso y crujiente corazón de chocolate: de chocolate con leche, chocolate puro, chocolate con almendras…

Y yo ahí lo entendí todo…

(A ti, por tener dientes y corazón de chocolate.)

jueves, 29 de septiembre de 2011

¿?

Las preguntas son…

Si estarás conmigo cuando todo se derrumbe,

Si, cuando se alejen tras el vendaval, te quedarás a mi lado a recoger mis pedazos,

Si cuando diga “vete” sabrás entender “quédate”,

Si, cuando camine a trompicones, me darás la mano,

Si me levantarás del suelo,

Si me ayudarás a descender del cielo,

Si soplarás una pestaña para hacer realidad mis deseos,

Si, cuando te vuelvas imprescindible, entenderás que tendré miedo,

Si pegarás con paciencia las partes de lo que rompo a mi paso,

Si escucharás que en silencio te pido ayuda,

Si, cuando menos lo merezca, me sacarás a bailar al centro de la pista,

Si me protegerás de mi misma,

Si me regalarás palabras y besos a partes iguales,

Y si, sobre todo, me dejarás estar a tu lado para levantarte del suelo, pegar tus trocitos y soplarte una pestaña.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Rumbo a Alemania

(Estado de ánimo: aeropuerto de Barajas tras 6 horas de bus y con 4 horas más de espera por delante).

Las ansias de exprimir las vacaciones hasta el último minuto y mi característico miedo al vacío me hacen embarcarme en este viaje rumbo a Berlín, a Clara, a Essen, a Viky, a Frida y a la a veces perdida PetiteFleur.

A ratos, entre el cansancio, el frío (insistentes aires acondicionados) y el calor (el mes de agosto ahí fuera), me olvido de lo que me mueve y me pregunto: ¿pero qué hago aquí? 

Viajar sola hacia mi misma, respondo, hacia calles y ojos nuevos, hacia seres a los que echo de menos antes de haberlos conocido… con lo sencillo que sería quedarme entre tus brazos…

Viajo porque sé que he de escuchar lo que me ocurre, viajo porque he de descubrir qué es lo que quiero, qué es lo que soy capaz de arriesgar; viajo para aprender a ser mejor, viajo para cerrar este verano con alguna conclusión, para escribir un punto y aparte o un punto y seguido o, al menos, un diminuto punto y coma… Viajo para sentir que esta historia la escribo yo, que fluye por mi muñeca hasta escaparse por mis dedos…  para transformarme… para reencontrarme… Viajo para conocer mi geografía… nos lo merecemos… tú y yo.

A veces va todo tan rápido que necesito seis horas de autobús, cientos de kilómetros y un rincón soleado en el suelo de un aeropuerto para sacar lápiz y papel y ponerle nombre a las cosas: no puedo pedirte a ti lo que yo no me estoy dando; soy la primera responsable de mi felicidad, de mis cuidados, de saciar mis apetitos. Por eso es tan importante esta distancia para escuchar a mis entrañas gritar y descubrir qué me están pidiendo: ¿movimiento?, ¿cambios?, ¿literatura?, ¿mimos y cuidados?, ¿descanso?, ¿alimento?, ¿crecimiento?, ¿escucha?, ¿creatividad?, ¿aire?, ¿huída?...

Aunque amarga, me gusta esta sensación de no darte por sentado, de incluir el vértigo entre los 10 kilos que Ryanair me deja transportar… ¿y si son muchos días?, ¿y si te echo demasiado de menos?, ¿y si no consigo disfrutar?, ¿y si éste es el primer y último verano?...

¿Y si te escribo a ti en lugar de a mi?

Este viento frío me pone de frente a mis miedos, a mis inseguridades, a mis miserias y a estas cantidades descomunales de pasado que llevo sobre mi. Y si pesa el pasado y pesa el presente, es el FUTURO lo único liviano que puedo ofrecer.

Y si en ese futuro no me dejaran escribir con mi puño y letra ni ese diminuto punto y coma, trazar con toda mi fuerza un enorme punto de inflexión.

viernes, 22 de julio de 2011

la espera...

20 de julio de 2011
Hospital Santa Lucía. Cartagena

Me siento en el bordillo sobre una hoja de periódico para no mancharme; me estoy haciendo mayor, me digo, inevitablemente mayor.
Espero.
Leo libros sobre escuchar a mi niña interior; escuchar su tristeza, sus necesidades. Yo recuerdo a una niña que jugaba y reía, no a una niña triste.
La niña da ahora de comer a mano a su padre.
Pienso en ti. Demasiado, tal vez. No es el momento, pero parece que nos moviera una instintiva pulsión hacia la vida, a aferrarnos a ella como si se nos escapara de las manos, como si anidara en tu pecho y yo quisiera sólo acurrucarme ahí.
Y calmar mis voces.
Y calmar esta espera.
Y escuchar a esa niña.
Frágil, dices.
Vulnerable, digo yo.
Papel y lápiz para la espera.
La vida y la muerte también esperan sentadas aquí.
Esperar que abran la puerta, que digan su nombre, que digan “familiares de...” y, entre todas esas palabras, pretender encontrarte tú, tu definición última, tu origen.
Van a decir “corazón”, lo sabes, pero no hablarán de amor; van a decir “viejo y cansado”.
Y tú te vas a sentir demasiado pequeña. Como tantas otras veces.

Y, extrañamente, por una vez, hay menos puntos suspensivos.

viernes, 10 de junio de 2011

Diría...


Si ahora mismo tuviera tiempo de escribir al fin,
si no me acecharan exámenes a la vuelta de la esquina,
si me acariciara la luz del sol y no la del flexo,
si no tuviera el ceño fruncido la mitad del día,
si la tierra no girara tan rápido,
diría…

Diría que estos meses han sido…

intensos,

bonitos,

complicados,

nuestros…

Diría que la cama se nos llenó de cuentos y plumas y que nos elevamos unos centímetros sobre el suelo…

Diría que tuve miedo…

Diría que tropezamos con el techo y que aún nos lamemos las heridas…

Diría que lució el sol con tanta fuerza que hubieron de aparecer las nubes…

Diría que tengo cicatrices…

Diría que creo cada una de tus palabras… y de tus silencios…

Diría que en tus ojos veo respuestas…

Diría que tu confianza se me contagia…

Diría todo lo que aún no te he dicho…

Diría que no quiero dormir lejos de tus recovecos…

Diría que está todo por hacer…

Diría que la vida me parece un misterio insondable…

Diría que fuera estaba la revolución…

Diría que la muerte se ha sentado en mi mesa…

Diría que el futuro es un invitado al que espero con los brazos abiertos…

Diría que tengo unas ganas locas de bailar…